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TOMO NÚMERO 2

EL VERANO Y LO INCIERTO

Cuando abrí los ojos

Miré a mí alrededor, y Charly me preguntó por Julia.

-¿No creés que hay que avisarle?

-No. Averiguá qué tengo que hacer para salir de acá que sólo quiero un trago con vos y con las luces del Microcentro.

Desde el piso 13, en Esmeralda y Corrientes, se ven unos atardeceres de puta madre.  Puestas de sol porteñas en dónde las miradas de la ciudad del tango se dejan derretir por el violáceo suave de los jacarandás que abrazan la avenida 9 de Julio.

Deseo número I: ver el sol.

Deseo número II: encontrar a Julia.

Deseo número III: Armarme un porro descomunal.

Y fumarlo con July mientras hablamos de las branquias de los peces.

Porque parece que la sirena que confirmó nuestras teorías confesó que en el fondo del mar descansan todos los colores del arco iris. 

Con el golpe que me dió el asfalto en la puerta de la casa de Jorgelina, o con la patada que recibí departe del punga que trataba de sacarme la billetera cuando todavía no lograba levantarme del piso, perdí lo que me quedaba de memoria y la fe en bocha de cosas.

Y sí, el que se quema con leche, ve una vaca y llora.

Cuando Julia desaparece es como si perdiera mis branquias. Dejo de respirar como siempre y no resisto tanto tiempo debajo del agua, ni fuera.

Busco burbujas como te busco a vos.

¿Te alcanzo?

Trato de ganarle al viento aunque el viento sea yo.

Ah, también perdí el miedo al dolor, el cuerpo es un tipo tan sabio que ante la duda te lleva con la mente a cualquier parte del mundo que elijas.

Por ejemplo; mientras pasaba los días en la sala de terapia intensiva del hospital más cutre de ruta 8, me imaginaba nadando por el mediterráneo.

Y ahí estaba: Esquivando medusas y encontrando caracolas como si descubriera dinosaurios.

Hasta que mis colegas aparecían, en los treinta minutos de visita, me ayudaban a comer, y me regalaban cosas curiosas.

Quiero fumarme un porro ya.

Quiero cualquier cosa menos esta cama blanca.

Quiero cualquier cosa que brille como una burbuja.

Cuando las cosas se ponen mal

Es obvio que se van a poner peor. Tan sólo al tercer día de rehabilitación, cuándo hasta la luz del día me mareaba, Charly no llegó sino hasta la madrugada, tratando de susurrar para que nadie lo vea y lo eche, apestando a tabaco y ron y sin querer mirarme a los ojos.

Hasta que por fin se animó, y se desplomó. Charly tenía HIV.

Charly lloraba y se sentía culpable, y pedía perdón. Perdón a Dios, a la vida y a sus viejos. Aunque a sus viejos nunca se los dijo ni se los va a decir ¿por qué? Porque los ama y cree que los defraudaría y no quiere eso.

Jamás pensé que tantas lágrimas cupieran en su delgado cuerpo ni que fuera tan católico como para proponerse caminar hasta la virgencita de Luján cada año de lo que le quedara de vida.

Charly no es tu culpa. Charly no me pidas perdón. Charly todo va a estar bien.

Pero nada estaba bien, y él se hundió en su depresión.

Y yo me volví a ir, a nadar entre medusas, contra viento y marea, hasta poder salir del hospital.

La James Dean de la pastelería

A la semana llegó una de mis clientas, una de la panadería. 

Se enteró y apareció. Según decía, ya no había nadie en el local con quien hablar acerca de todas las recetas que se pueden inventar con dulce de leche, ni de lo buena que estaba la cajera.

Le pregunté por su moto, una Triumph Trophy TR5, y me dijo que estaban planeando una escapada a Las Grutas.

La clienta, amable y precavida, intuyó que en la panadería no me pagaban mientras me recomponía y me ofreció dinero y me preguntó si me podía chupar las tetas

Eso y nada más. Sé que estas delicada pero ¿no pensás que te va a hacer bien?

Preguntó persuasiva.

Y lo que yo realmente pienso es que el Guinness de la chupada de tetas más cara del planeta debería tener este caso en cuenta.

La motoquera sin dudas quería ayudarme, chuparme las tetas, y volver a comer los panes de leche que hacíamos sólo de jueves a domingos.

Y yo sólo quería salir y gastar todo el dinero que tuviera en cervezas artesanales en Las Grutas con unas chongas encueradas que adoren usar su lengua como esta James Dean de la pastelería.

La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces, confesó su amor mientras lamía, y apretaba con cuidado mis manos y mi cintura.

Al menos  parecía que uno de mis dos laburos no lo había perdido todavía. Al menos parecía que mis gritos al gemir no habían cambiado todavía.

O se habían agudizado, un poco.  

 

Love me again

Suena a clásico hit de verano pero es todo lo que quiero de vos, para conmigo. 

Sospecho que esas veces que dormíamos, cuando te abrazaba, y mi piel era parte de la tuya y al revés, a mí se me pegó algo que no puedo despegar.

Por eso, tuve que armar un par de recetas de desapego. A dicha receta le agregué una lista de cosas prohibidas.

Julia say good bye.

Y yo estoy muriendo.

Sin ella mi corazón no suena como murga del Oeste.

Ese oeste donde está el agite y los trabas más pasionales y regalones.

Tanto así que en la Shell de Av. Triunvirato y 9 de Julio rifan petes los jueves.

Cuando conozco a alguien le pregunto si vio la película Lucia y el sexo, ¿alguien se acuerda de esa?

Es una peli en la que la protagonista enamorada se va a hasta una isla de ensoñación por el pálpito de que su amor no solo no ha muerto (como le dijeron) sino que está allí. Cada día más allí que aquí.

Siempre me gustó la palabra isla.

También el juego en donde te preguntan qué cinco o tres cosas te llevarías a una isla desierta.

O ese juego en el que la duda es a quién salvarías de la hipotética e improbable caída de un barco ante la escases de salvavidas.

¿Hace falta que diga a quién?

¿Hace falta, July?

Después de todo el quilombo

Lo único que queríamos era salir un rato de la ciudad, y así llegamos a San Clemente. El mérito fue de Charly ya que apareció Pablo, un colombiano que le debía un par de favores, y que estaba deseoso de cumplirle uno, si o si, antes de regresar a su país y dejar su pensión en Almagro.

Por eso Charly pidió lo que cada año decía que haría, conocer el mar y llevarme a esta aventura personal.

Luego de escoltarnos al micro que partía desde Retiro, Pablo se despidió para siempre.

Regresaba a Colombia, su HIV estaba avanzado, carrascoso y descuidado, su HIV ya era sida y su sida era un abismo que no podía dejar de mirar y por eso se quería ir. Se quería ir y  morir cerca de su mamá y de Cartagena, no quería decir adiós sin tomar agua de panela en Cartagena y recordar el sabor de la mejor merca de Medellín.

En cambio Charly, Charly se cuidaba, había aprendido a olvidar la enfermedad, mejoraba, ya casi no contagiaba, y había empezado a recuperar peso y a hacer deporte. Ya no más caminatas llenas de dolor y de arrepentimiento hasta la virgencita de Luján. Ahora carreras con sus compañeros de Crossfit, ciertos chongos impactantes, que portadores o no, amaban las novedades que el siglo XXI había traído a este planeta. 

Cocteles milagrosos y carísimos, como así también la posibilidad de ver una luna roja de película futurista.

Cierto evento astronómico y maravilloso en el que la luna se pone más cerca de la tierra que nunca, lo máximo que se puede acercar, algo que sucede cada 33 años.

¿Cuántas veces lo veremos?

A mí la playa me da ganas de coger

Dijo Charly pensativo.

Mañana celebramos año nuevo con un garche memorable, Damiana. Va a aparecer una Sanclementina para vos.

Encendimos un porro y nos tiramos en la arena a esnifar un atardecer que avecinaba luna llena. Charly me hablaba de Papa Noel y de los reyes magos.

Me acordé sin querer de esa navidad en la que no nos importó nada más que ver los fuegos artificiales estallar en tus pinceles, en tu boca y en mi pecho. El tiempo se detuvo una vez más. Y todas las festividades me las imagino con vos.

Pablo ya debe estar llegando a Medellín, siempre orgulloso recontraafirmando que su merca era mucho mejor que la de Maradona. LA de Maradona. La leyenda urbana de la mejor cocaína de Argentina.

Yo creo en los reyes magos, Melchor Gaspar y Baltasar, y sobretodo creo en la merca insuperable de Diego Armando Maradona.

¿Estarás mirando ésta luna tan redonda?

A mí, coger me da ganas de comer frutillas. Susurró la Sanclementina mientras ponía su lengua en mi boca y la movía acariciando mis labios y mis dientes, o la punta de mi nariz. Y sonreía. Y sostenía mi boca con sus manos para que no gritara y despertara a su hija Desiré.

La Sanclementina eyaculaba al tiempo que corría a la heladera a por más frutillas. Y volvía desnuda, y me convidaba, mientras se trepaba a mi espalda para morderme un poco los hombros y la parte superior del cuello, y avisarme al gemido que tenía frutillas para toda la noche, porque el que avisa no traiciona.

A mí la playa.

Encontrémonos 

en Copacabana

Decía el mensaje que me había enviado Nájara, la catalana.

Ya me habían dado el alta en el hospital, y me habían echado de la panaderia, así que me vi,  free as a bird.

Y con un día de tormenta y granizos decidí partir.

Fugaz y feroz, como toda buena tormenta de verano,  casi igual a los polvos que nos echamos una vez al mes con Sasha, la porn adolescente que me paga en monedas y billetes de cinco.

Pensé en ella y la llame, aún no había juntado las monedas, pero eso no me importaba, quería partir con un hastaluego porque existimos porque alguien piensa en nosotros, y no al revés.

Me gusta pensar en Sasha y en su forma de acomodar las monedas, al punto de la psicosis, del mismo modo que acomoda las tangas brillosas que le gusta guardar en un cajón exclusivo para nuestos relámpagos.

Simple, húmedo y precioso, hasta suena VIP.

Nájara proponía que el encuentro sea en Bolivia, en la ciudad de La Paz. Y así sería, en La Paz y a las dos de la madrugada, o al menos eso indicaba el pasaje que logré sacar al mes siguiente.

Semicama, semientera, semimareada todavía, le avise a mi amiga que ya partía y le pedí que Sí, por favor Nájara, lleguemos a Copacabana.

El pacifico es más frio de lo que pensábamos

Querida July:

Parece que sí. Todo se transforma. 

Y tu miedo a que me muera se transformó en ganas de verme, y que lo intentemos, alguna vez. Y ahora, ahora estoy en Valpo, Valparaíso mi amor.

Nájara me trajo hasta acá. Es lo bueno de nuestra amistad, nunca sabemos dónde plantaremos una nueva bandera imaginaria. Aprendo mucho de ella. Nos reímos de su modo de exagerar las cosas. Del sexo y de más sexo y de amor y de películas y de mapas y de faros perdidos en algún rincón de este planeta.

La otra noche, en Copacabana, terminamos persiguiendo a un Boliviano mega entonado, va, él nos obligaba a perseguirlo. Lo perseguíamos por su farlopa ya que no nos la quería vender, a cambio de un par de esnifadas sólo pedía compañía, y se la brindamos hasta que nos llevó a un boliche perdido cerca del puerto y empezó a balbucear algo acerca de jugar al pool hasta que nuestro barco zarpara.

A la semana volamos a Chile, de urgencia, el abuelo de Najara se estaba muriendo. El avi, el catalán que llegó a Santiago en la época de Pinochet y forjó una fortuna con una panadería.

Los primos de Nájara me enseñaron a jugar a las vasas, espero recordarlo y enseñarte. Recuerdo cuando juagábamos al scrabble al lado del mar pero más recuerdo la vergüenza que me daba no saber armar más que monosílabos.

Nájara es fuerte. Siempre fuerte. Siempre sexy.

Ah me ofrecieron un laburo en Santiago, algo temporal pero eficaz. Todo lo que gane lo llevo a Baires y te invito una cena. Esperame, por favor, que no sean temporales tus ganas de intentarlo. Dame un monosílabo con una i. ¿Sí?

El ruido del teleférico al que trato de escabullirme todas las mañanas de este verano chileno me recuerda a la calle que conectaba tu tren con el mío y descubro que lo único que me falta acá es poder meterme al mar, y el sabor del jengibre cuando es encendido con el fuego justo, acompañado  del movimiento de tus manos desparramando su humo por todo nuestro alrededor.

PD: Sí, el pacífico es más frío de lo que pensábamos.

CONTINUARÁ...

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